Aseo e higiene en el espacio público

Desde el inicio de la vida de la villa de San Francisco de Quito se nombraron autoridades encargadas del cuidado del aseo, orden y limpieza de canales de agua y acequias. Para algunas de estas tareas se siguió utilizando el sistema de mitas que había sido empleado por los Incas: las comunidades aledañas a Quito debían enviar a la ciudad grupos de indígenas para el acarreo de leña, arreglo de caminos y el barrido de las calles.

Llano Grande, Cumbayá, La Magdalena, Chillogallo, especialmente Zámbiza y Nayón, por turnos remitían temporalmente trabajadores que con ramas de retama se dedicaban al barrido y acarreo de basura, los cuales fueron conocidos tradicionalmente como capariches. Este trabajo era obligatorio, no remunerado y formaba parte del tributo que debía pagarse a los españoles.

Con el tiempo estas actividades se extendieron al acarreo de agua desde las pilas a las casas, manejo de los residuos producto de pestes, así como el traslado de muertos y enfermos.

Algunos documentos del Archivo Metropolitano de Historia de Quito dan cuenta de las de decisiones que se implementaron para mitigar el desaseo en sitios tan sensibles como las carnicerías. Por ejemplo, para 1796, el Cabildo, en reunión del 13 de mayo, demuestra a través de su procurador general, la preocupación por el “fatal estado en que se hallan las casas de la carnicería por su desaseo, falta de puertas y bancos donde picar la carne, y otros defectos que piden pronto remedio, acordaron comisionar al mismo procurador general para que haciendo prolijo examen de cuanto advirtiese faltar y deberse componer, tanto en las casas, cuanto en el salón de dicha carnicería, lo haga presente en el próximo cabildo” (Actas del Concejo 1792 – 1796).

 

Así mismo, en la sesión del 24 de mayo del mismo año se dispuso que: “habiendo el tribunal dictaminado se procediese a la compra de veinte borricos, para el acarreo y extracción de basuras, e inmundicias de las calles, con la creación de dos tenientes y dos corchetes que hagan ejecutar los autos y estar sujetos a la dirección y órdenes del juez de policía, se haga saber al mayordomo de propios apronte el dinero para dicha compra con sus correspondientes aparejos y arreos, a disposición de los alcaldes ordinarios, quienes procederán a ella, con la posible economía, haciendo de tales tenientes, Juan Manuel Muñoz y Pedro Díaz, quienes deberán gozar la dotación anual de cien pesos, cada uno, agregándose al primero sesenta pesos, a los cuarenta pesos que disfruta como sobrestante de aguas, y que la de los corchetes debe ser a razón de cuarenta pesos, las cuales deben empezar a correrles desde el día en que entraren a ejercer su destino, y los alcaldes ordinarios designarán los indios; y siendo la manutención de los borricos gravosa si se hace de alfalfa, pudiendo esto evitarse con solo que en el ejido de Iñaquito, en la parte del Batán, se construya un porterillo donde puedan conservarse y situarse también los indios, con sus chozas, para que estén a la mano y cuiden de los borricos, acordaron que los alcaldes ordinarios tracen dicho potrerillo, y entiendan en su formación en paraje donde no se perjudique el público” (Actas del Concejo 1792 – 1796).

Parece que en determinado momento estos borricos no fueron utilizados, por lo que el 13 de abril de 1798 se decidió la venta de los mismos: “Por cuanto los borricos que se compraron para el aseo de las calles, se van muriendo, sin que hayan servido de ninguna utilidad al público; y para reparar este perjuicio, acordaron se vendan dichos borricos por el mejor precio que se pueda”. (Actas del Concejo 1797 – 1801).

En tiempos de guerra…

Mientras se daba el proceso libertario capitaneado por Bolívar y a pesar de la tensión no se descuidó del todo el aseo de la ciudad; sobre todo por la presencia de pestes como la viruela.

En los años posteriores al triunfo de Pichincha, como medida para controlar la sanidad, el Cabildo ordenó que “se introduzca en la ciudad partidas de ganado vacuno y lanar para que trotando por las calles disipasen la infección del aire; que se prohíba el uso de licores cálidos; que no se permita la introducción de ropas extranjeras, sin que se haga constar que fuera de la Provincia se han abierto los fardos para su ventilación” (Actas del Concejo 1821 – 1826).

Muchos padecimientos tenían origen miasmático, es decir, a partir de la emanación de vapores perjudiciales para la salud como el de los enterramientos en las iglesias. Por ello, uno de los proyectos de salud pública más importantes para 1824 fue contar con un panteón para terminar con los enterramientos dentro de los templos.

Los males se agravaban con el mal manejo del agua y de los desperdicios, la convivencia con los animales, los malos hábitos alimenticios y diversas conductas que degeneraban la salud. De ahí que, el Cabildo tuvo que convocar a los facultativos de medicina que “habiendo conferenciado y discutido expusieron que no hay peste en el lugar, y que las muertes acaecidas son de causas muy distintas por el desaseo interior de casas y tiendas, desórdenes en comida y bebida, descuido en curarse enfermedades habituales, frío repentino, calores excesivos, el no exponer las ropas, camas y demás muebles al aire libre, ni ventilar las viviendas para la renovación del aire, que evitando estas causas ocasionales, se evitará también la enfermedad actual que no pasa de una epidemia leve estacional, se acordó el que se oficiase a los reverendos curas y prelados para que dispongan que se tapen las bóvedas con el mayor cuidado con cal, y no con barro como lo acostumbran, que los facultativos de medicina se reúnan semanalmente en la pública universidad, los días lunes, para discutir sobre las causas y el método curativo de las enfermedades estacionales, exponiendo las observaciones que hubiesen hecho en sus enfermos y muertos, y se haga disección dando una exposición de su resultado” (Cabildo del 5 agosto de 1824).

También se tomaron otras medidas sobre todo respecto a la limpieza de las carnicerías: “Que solo los carniceros puedan tener los perros necesarios para que consuman la sangre que queda en el suelo de la casa de rastro, de las reses que se matan, pero con la obligación de volverlos a su casa al momento en que cese esta necesidad, sin permitir se repartan en la ciudad” (Cabildo del 28 de mayo de 1825).

En la República…

Para la segunda mitad del siglo XIX el trabajo de barrido de las calles es ya remunerado. Se realizaba con dos carretones y cuatro indios para luego utilizarse carretas tiradas por bestias, la basura se arrojaba a las quebradas.

La ordenanza del 19 de junio de 1883 del Consejo Cantonal de Quito es uno de los primeros documentos que trata de normar el aseo de la ciudad.

Un gran paso fue la creación de la Dirección de Higiene Municipal y Aseo Público en 1930, ya que de aquí en adelante se empezó a tecnificar este servicio con la utilización de barrido y evacuación de basuras en camiones recolectores, carros de presión, etc.

Al finalizar la década de los 60 se inició la utilización de los vertederos controlados o rellenos sanitarios de quebradas como: Boca del Lobo, Zámbiza y El Cabuyal.

Para 1993 se inició el proyecto piloto de selección y reciclaje de basura. El Concejo Metropolitano mediante la ordenanza No. 3054, sancionada el 18 de noviembre de 1993, creó EMASEO, Empresa Municipal de Aseo que sustituyó a la Dirección de Higiene Municipal y que es la que actualmente realiza la limpieza del espacio público quiteño.

La memoria registrada en estos documentos da cuenta de la gran importancia del servicio del aseo de calles y plazas de la ciudad lo que convierte a quienes lo ejecutan en piezas fundamentales para el bienestar del resto de la colectividad.

 

 

 

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