Los caminos de Quito

Quito está próxima a vivir uno de los hitos más importantes en la historia de la movilidad: la inauguración del metro. En este contexto, el Archivo Metropolitano de Historia hará un recuento histórico de las vías que se han utilizado para desplazarse de un punto a otro, antes de que existan los sistemas públicos de transporte como bus, trolebús o metro. Desde la creación de la ciudad hace 488 años fue necesario transportar alimentos, mercancías, cartas y más, para ello, lo primero y más importante han sido los caminos.

Recordemos que nuestros antepasados se movilizaron a través de culuncos y chaquiñanes por los que transportaron alimentos y vituallas a lomo de animales o en chalas que cargaban a sus espaldas, como los Yumbos. Muchos de estos caminos fueron utilizados por los chasquis en tiempo de los Incas llevando mensajes y productos de manera rápida y eficaz. Con la presencia española se sumó el uso de mulas y caballos empleados para el tiro de carruajes o carretas.

Los caminos servían para unir poblaciones y para el transporte de cargas de un lugar a otro. Por ello, para que el tránsito se desarrolle de forma adecuada, el Cabildo de Quito, a lo largo del tiempo, procuró el cuidado y apertura de vías que muchas veces se dañaban por las lluvias o por el paso del tiempo. El daño de las rutas no solo que obstaculizaba la libre movilidad, también, en ocasiones, causó la muerte de animales y pérdida de mercaderías como vino y ropa.

Los documentos dan cuenta de algunas vías importantes que el Cabildo procuraba abrir y mantener. Fue el caso de la que recorría Guápulo, Cumbayá, hasta Yaruquí, de finales del siglo XVII. A principios del siglo XVIII las autoridades se preocuparon de reparar el tramo de Quito a Panzaleo, en 1713 el que llegaba a Ibarra y en 1730 el que llegaba a Chillogallo. A mediados del XVIII se refaccionó el puente de Guápulo y las calzadas desde allí hasta la quebrada del Chichi con un presupuesto de 2500 pesos. La preocupación también nacía de los pobladores, es el caso de los vecinos de Conocoto y Sangolquí que, en 1764, pidieron que se refaccionen sus caminos que estaban “intransitables y peligrosos”.

Los arreglos también se hacían a propósito de la llegada de personalidades como Presidentes de Audiencia, Comisionados Reales, pacificadores, et., fue el caso de la entrada del Obispo a la ciudad de Quito en 1796. En esta ocasión se “aderezó” el trayecto de la Recoleta, desde la bajada de San Sebastián hasta el sitio del Calzado.

En 1797 se reparó el puente de Guambi y se compuso los caminos de Yaruquí y Pifo. A principios del siglo XIX, la preocupación se expandió, tanto a las calles más transitadas de la ciudad, como la del Panecillo hacia La Magdalena, como también a abrir rutas que unan Quito con poblados más lejanos, como la vía desde Guápulo hasta Pelileo en 1805.

Una de las maneras de garantizar el buen funcionamiento de los caminos era con los empedrados. Algunos como los de Chisinche, Panzaleo, La Recoleta y Tambillo se beneficiaron de este método en 1732. Para realizar estos trabajos el Cabildo contrataba a diputados de caminos, quienes cobraban entre 50 y 90 pesos mensuales por encargarse del proyecto; la mano de obra era indígena y, a diferencia de los diputados, recibían remuneraciones de 12 pesos anuales. Eran también los indígenas los que más utilizaban estos senderos, ya que trabajaban de correos, cargadores o mandaderos.

Algunos caminos de Quito tienen la misma edad que la ciudad y otros han sido remodelados y perfeccionados en concordancia con el avance tecnológico de los vehículos y medios de transporte. En la actualidad, los quiteños esperamos expectantes a ser testigos del desarrollo de un nuevo medio de transporte y también un nuevo camino nunca antes recorrido y que, en esta ocasión, atraviesa Quito desde lo profundo.

 

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