Homenaje a los muertos: el túmulo funerario

A propósito del día de los difuntos, hoy en Historia con Documentos, hablaremos de los túmulos funerarios construidos en Quito para personajes que murieron y que se consideraban ilustres. El túmulo es una suerte de altar suntuoso, adornado con velas, telas y demás atavíos que se construía en honor a un muerto, en ocasiones contenía sus cenizas. En la colonia era usual construir un túmulo cuando un rey o reina moría, solía componerse de varios pisos o cuerpos, semejantes a una construcción habitable. Este era un recurso útil para que los ciudadanos presenten sus respetos a los reyes, por lo general se colocaban en plazas e Iglesias.

Los documentos relatan las ocasiones en las que Quito rindió homenajes póstumos a través de los túmulos funerarios. El 10 de abril de 1697 se hizo un túmulo en honor a Mariana de Austria, Reina Consorte de España, construirlo con “toda majestad y grandeza”. El 31 de marzo de 1712 se levantó uno en honor al Gran Delfín Luis de Francia, hijo de Luis XIV y María Teresa de Austria. El 25 de mayo de 1725, el túmulo fue en honor a Luis I de España. El 20 de enero de 1747 para Felipe V, la misma fecha llegó a Quito la Cédula Real por la que se nombraba como Rey sucesor a Fernando VI. El 28 de mayo de 1760 se elevó el túmulo funerario con “la pompa y decencia acostumbrada” por la muerte del Rey Fernando VI. En 1789 la construcción fue para el Rey ilustrado Carlos III. Todos estos túmulos se levantaron en la Iglesia Catedral, se erigían bajo la supervisión de diputados nombrados específicamente para dicho trabajo y el pago era gestionado por medio del mayordomo de propios.

A más de todos los reyes nombrados, cabe resaltar el túmulo a la Reina Consorte de España, María Luisa de Parma, el 13 de julio de 1819. Este caso es especial ya que el proyecto fue encargado al maestro pintor Manuel Samaniego, quien retrataría en 1822 a Simón Bolívar. Este famoso pintor de la época recibió las encomiendas más importantes, tanto en el contexto colonial como republicano. Esto da cuenta de que su trabajo con el pincel no respondía a ideologías sino a su propia subsistencia.

A más de los túmulos para las reinas y reyes españoles, en 1822, se levantó uno en honor a todos los muertos en la Batalla del Pichincha, patriotas y realistas. Esta vez fue ubicado en la Plaza San Francisco, en cuya Iglesia se ofreció una misa de honras y un convite. Si bien, el túmulo funerario se puede pensar como un sepulcro sobre el piso, también tiene la connotación de altar de muertos, al que la gente asiste para recordar la vida de quien se fue y su tránsito en la tierra.

 

 

 

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